domingo, 28 de noviembre de 2010

Falsas verdades - Segundo Lugar


                                  








La decisión surgió tras un inocente comentario de Marco. Buscábamos un destino de vacaciones que no conociéramos. Él propuso embarcarnos en un crucero que recorriese playas paradisíacas. Primero lo descartamos pero día a día la propuesta fue tomando seriedad.
Así fue como el veinte de enero estábamos Marco, Benja y yo, abordando el trasatlántico. La primera impresión al ver ese mundo fue fantástica. Pero nunca imaginé hasta qué punto lo sería.
Fue la primera noche cuando la vi. Llevaba un vestido rojo hasta sus rodillas, con un escote levemente pronunciado; sus ojos, verde esmeralda, miraban al vacío y, sus labios carmín, dibujaban una sonrisa.
Repentinamente el resto quedó inmóvil, sólo ella parecía moverse con una inocencia provocativa que me cautivó. Pero había algo más, algo indescifrable. Necesitaba escucharla, sentir su respiración, vivir su silencio. Me dejé inundar por esa sensación cálida y embriagadora y la dejé llegar a cada rincón de mi cuerpo. Me acerqué. Conversamos durante eternidades, no recuerdo qué. Fuimos a su habitación, la mejor noche de mi vida.
El resto de mis días en ese barco le correspondieron, veía con menos frecuencia a mis amigos, quienes me miraban con compasión. Toda la gente parecía evitarme, pero no importaba, estaba con ella. Cada noche a su lado fueron únicas. Me tenía poseído, locamente enamorado.
Cuando llegó el día de despedirnos, no apareció. Me negué a desembarcar sin verla, pero tres hombres uniformados de blanco, me sujetaron y me llevaron.
La última vez que vi a Marco y Benja fue hace diecisiete años. Quisieron decirme que la mujer de la cual hablaba era irreal. Nunca hubo tal amor, que era sólo yo, hablando y entrando en la misma habitación desocupada.
Debo haber reaccionado violentamente porque desde ese día, estoy bajo cuatro paredes blancas; un chaleco sujeta fuertemente mi cuerpo y mi esquizofrenia.
Pero mi corazón sabe que ella existió. Y mi mente aún vive en ese barco,  con la muchacha de ojos color verde esmeralda y labios carmín que jamás volví a ver.

 FRANCO OLIVETO