domingo, 28 de noviembre de 2010

Las apariencias engañan










El rancho de los Solos era, como decirlo, diferente al de los demás. En él vivían Raquel y Hugo con sus tres hijos Lucas, Rosa y Juan. Por supuesto no me olvidaría de mencionar a la abuela Cora. Era la familia más alegre y alocada del pueblo.
Yendo al centro a comprar lo que su madre le había pedido, Rosita se encontró con su hombre perfecto.
Él era culto, con clase, bien vestido, con dinero y un galán de pies a cabeza. Ella era una hermosa y humilde muchacha a la que por su falta de educación su lenguaje no la favorecía mucho, pero sólo con mirarlo bastó para saber que eran el uno para el otro.
Después de semanas decidió presentar a su novio con su familia. Todos estaban encantados con el nuevo integrante, alguien con dinero en el hogar los hacía sentir importantes. Pero al ver que esa clase social lo perjudicaba, decidió marcharse.
Rosa lo buscó por agua, cielo y tierra pero no encontró señales, no entendía el porqué después de tantas cosas vividas juntos, se había ido.
-Déjalo mi Rosita chiquita, que cuando vuelva lo desplumo como pavo, no paraba de repetir la abuela.
Pasaron años hasta que volvió a enamorarse, pero esta vez lo hizo bien, se casó con el carnicero, unos once años mayor, pero no le importó y a su familia tampoco, porque como decía  Cora:  “Mas vale feo y bueno que bello y perverso”.

CANDELA SALVATTO