domingo, 28 de noviembre de 2010

Fuerzas extrañas - Segundo Lugar Compartido













Caminaba por el porque sin otra cosa que hacer, mi mirada quedaba atrapada entre las hojas del otoño, recorría como ausente las aceras, reconfortándome en los charcos de agua y en las ramas quejumbrosas.
Hasta que encontré a un señor sentado tranquilo en un banco, su apariencia transmitida paz, en sus ojos podía ver a una persona paciente y llena de alegría. Lucía una barba  muy elegante y un manto que recorría su cuerpo. Sorpresivamente se acercó y me dijo:
 _ ¿Que le anda pasando muchacho?, se lo nota demasiado triste.
Por suerte este hombre estaba frente a mí, pude desahogarme con alguien, aunque sea con un desconocido. Apreté mis manos bien fuerte y exclamé:
_Me siento insulso, tan vacío que me veo reflejado en los espejos y no me reconozco, que suene tan extraño mi nombre, cuando sale de mi propia voz, como un rotundo y distante eco, que mis recuerdos formen más bien parte de una mala ficción. No sé qué será esta ansia de quedarme quieto, acurrucando mis rodillas, estas ganas de convertidme en mimo, de verme poblado de palomas.
Hasta mis dedos se tornan rígidos como el acero y mi corazón resume vapor de hielo.
Cómo explicar esta espesa nube gris que siento en mi pecho, que solamente me fijo en los labios de unos maniquíes. Me siento sucio y abandonado, culpable por todo, indigno por nada. Pienso que vivo por inercia, una vida sin sentido, como la de un pez en su pecera, como las flores en un funeral.
“Sin embargo no quiero entregar mi alma al tenebroso ser que mira desde abajo, prefiero morir de tristeza, consumido por esta tremenda angustia”.
Al concluir con mis palabras que duraron veinte minutos, el gran señor que perdió todo su tiempo para escucharme, tomándome  del hombro y acariciándose la barba me dijo:
“Ven conmigo hijo, acompáñame a este lugar donde todos tus daños se convertirán en bienestar, mi cielo ahora es el tuyo también”.

JOAQUÍN ABATEDAGA