domingo, 28 de noviembre de 2010

Muerte con aroma a rosas - Primer Lugar Compartido











Lo encontraron muerto en su despacho la mañana de ese lluvioso miércoles. La víctima llevaba un traje oscuro hecho a medida, con un capullo de rosas recién cortado en la solapa. Acababa de ser  ascendido al Departamento de Seguridad Interna. Morales y Salinas habían sido rivales para este prestigioso puesto, pero eso no era razón para matar a nadie.
El asesinato de Pedro Velasco era todo un misterio. Los mayores sospechosos, por supuesto, León Morales y Gloria Salinas. La única pista: una bala y un revólver, el cual no sólo que no tenía dueño, ya que pertenecía a la empresa, sino que tampoco tenía huellas digitales.
El detective Franz comenzó entonces a entrevistar a todos los presentes ese día. Todos apreciaban a Velasco menos los mayores sospechosos los cuales lo odiaban por haberle sacado el puesto de sus sueños en sólo dos meses que había llegado a Rosario.
Franz descubrió que ese día León no debía presentarse a trabajar pero como era vecino de Pedro dijo que lo vio por última vez esa mañana mientras arreglaba su jardín. Lo describió exactamente como estaba y dijo que le había regalado rosas para festejar su ascenso. Fue ahí cuando señaló a Salinas como culpable del homicidio a pesar de sus gritos y lloriqueos al momento de esposarla. El jefe de la empresa dijo que le había confiado el revólver a ella pero no salía de su asombro.
Horas más tarde fueron informados de que Gloria se había suicidado al llegar al juzgado.
Todos estaban horrorizados por el hecho de tener que despedir a dos compañeros el mismo día. Sin embargo Franz interpretó algo distinto en la mirada de Morales, lo que lo llevó a investigar el cuerpo una vez más.
Estando solo frente al cadáver de Velasco observó el orificio que había dejado la bala, lo cubrió nuevamente y olió la fragancia… extraña que tenían las rosas. Tomando una de ellas pinchó su dedo pulgar y, antes de caer fulminado por el cianuro, observó un líquido verde en el lugar donde debía brotar sangre, pero fue tarde para darse cuenta del terrible error que había cometido.

FEDERICO BONCI